lunes, 9 de enero de 2017

Los otros poetas

Tu coño de gaviota azul se levanta entre dos alas
y alza el vuelo, en mis manos queda el hueco
de lo que no tuve,
esto lo podía haber escrito Louis Aragon
pero ese día estaba en una reunión del comité central;

tus pies de cebra pisan la playa cuando el sol muere,
hay otras puertas tendidas al amanecer como ángeles marinos,
pero estos versos no los pudo escribir Breton,
volaba hacia México seguido de cerca
por un miembro del comité central;

y así
un corazón en llamas arde sobre Paris
mientras ella muere entre mis brazos
nunca serán versos de Paul Éluard,
ese día estaba rompiendo en mil pedazos
el carnet del PCF;

la vida nos fue poniendo en su sitio
a ellos,
y a mí me dejó esta guita verde y larga
de peonza obsesiva y bailarina
que sale viscosa de mi boca y danza sobre
las arenas ardientes,
mientras jóvenes cicutas con la lengua negra
leen versos sacados del cráneo amarillo de Rimbaud:
no podré pisar las plazas,
la mujer con sombrilla camina junto al burgués
sus guantes de armiño recogen delicadas hojas
sobre los adoquines dorados del otoño.

Crecen los días y hoy es tan fácil morir como vivir.

Las venas del poeta se llenan de zapatos rojos
de uñas postizas y nalgas de mujeres excitadas;
envuelto en papel de periódico hay un posible poema
de Verlaine que nunca leerá aquel obrero de la Perkins:
“Caballo negro sobre caballo blanco, el mulo transparente
su hocico empapado de hierbas rumia una soledad
de siglos compartidos con un largo deseo
y al caer la noche
sus lágrimas empapan el pesebre”.

La luna sale cada noche tan sólo para mí.
Los otros poetas me protegen del miedo
en este amenazante siglo vocinglero. Reúno piedras,
pequeñas piedras. Levanto una solemne barricada.