sábado, 8 de octubre de 2016

Cuchillo

Entro en un bar. Buenos días, qué le pongo. Póngame un cuchillo. ¿Cómo? Un cuchillo. Quiero comprobar el temple de su filo, su compromiso con el corte de la carne. Si cuando llega al hueso sabe responder a la dureza que sostiene la vida. Los cuchillos que tengo en casa ya los gasté en heridas que cicatrizaron sin esfuerzo, dejando dentro el pánico cotidiano de los días. Póngame un cuchillo antes de que amenace a la clientela con un suicidio triste. Este tiempo de cuchillos al costado y por la espalda cada vez está más falto de verdad al corazón. Quiero un cuchillo que supere las encuestas, y mate limpiamente la mentira.


Hoja suelta

Miraba todo aquello que estaba ante mí, pero no me habían educado para ver. Sentía, pero no podía ponerle palabras a mis emociones, no podía darle nombre a las cosas que pasaban ante mi ojos. Cine, pintura, literatura, música, eran cuatro elementos que formaban parte de la composición del aire que yo respiraba, estaban dentro de mí, pero yo era mudo ante la belleza. Ahora ya soy mayor y paseo por los bosques. Aún no elegí sitio para morir y cuando lo haga seré un ciego que aprendió a ver.


Arena

Una vez, y no dos, retocé con una virgen. Nada de lo que allí aconteció merece mérito o detalles que puedan despertar interés. Si lo comento aquí tal vez sea para no renunciar a la perdida de una juventud que quisiera contener en las manos, un puñado de agua fresca para la piel más íntima. Recuperar la frescura de las ingles encendidas y el sueño de cabalgar sobre una yegua egipcia robada a un faraón. Siempre al final del deseo hay un desierto blanco como de sábanas inmaculadas. Tal vez sufro de una pérdida, y por eso aquel día regresa como una extraña quimera o como se rememora un sueño, donde el sudor y la sangre y las lágrimas dignifican la vida de los que nunca queremos dejar de vivir. Aún no deja de caer por entre mis dedos, como de un reloj, el tiempo y la arena de aquel beso.