miércoles, 15 de junio de 2016

Solos

Cuando los ordenadores se apaguen y nos quedemos solos
será hora de mirar si entre los dedos quedó
alguna tecla abandonada con su nombre,
si aquel o ella siguen acariciándonos las yemas de los dedos,
si entre las uñas un manantial de recuerdos
brota de aquel pasado de gente aturdida
buscándose entre las páginas que volaban a los rincones
más lejanos del planeta a través del grafito
que dibujaba en las estrellas los rostros de silicio
de tantos solitarios al pairo azul-eléctrico del abandono.
Si entre los dedos queda algo de la memoria de alas
de un icono que trasladamos a los ojos de nuestra noche eterna:
se trataba de comunicar con solitarios corazones.
Será hora de mirar si alguno de nosotros
aún queda vivo de este miedo de teclas abandonadas
que han dejado de llamarnos por nuestro nombre.
Comprobar que la pérdida de la caricia es sólo pasajera.


Sombras

A la sombra de un gran avellano sesteaba el tigre.
A la sombra del tigre
un pájaro diminuto y azul de nombre libio.
A la sombra del libio una hormiga roja,
que al darse cuenta de que proyectaba
una diminuta sombra
donde nunca sesteaba nadie,
concluyó que el mejor sitio para morir,
como sólo lo hacen los vencidos,
era el desierto, que carece de sombras.