jueves, 21 de abril de 2016

Escaleras

Qué pronto has cruzado la vida de los otros
y te has instalado en la noche,
que te pertenece de manera inapelable.
Después de tomar café
en las escaleras de tu casa
encuentras a un hombre llorando.
Te mira entre lágrimas
y te da los buenos días
o las buenas noches
qué más da,
él siempre está a todas horas
en esa escalera,
siempre
llora inconsolable.



Apenas un poema

Apenas una palabra,
como una voz
que te habita desde lo más hondo,
roza la noche,
la soledad torpe de la noche,
una palabra cogida al azar
que escuchaste en tu oreja sorda
o leíste en tu libro mudo,
y piensas en esas viejas historias
que cruzan la vida
y que van de aquí para allá,
turbias, oscuras.

Y el día te encuentra
solo,
sin un lápiz puntual
que aminore el ruido del amor
y sus afectos,
sin un papel donde anotar
con la tinta incolora del silencio
que eres protagonista indeseable de la vida;
sin amigos,
en brazos de una mujer que no recuerdas,
dónde, a qué hora la conociste,
y huyes de allí con un grito
sujeto a tu vientre,
sin el recuerdo de una caricia,
el sabor de un beso o una palabra.

Regresas caminando hasta casa
con un ansia dolorosa de madrugada,
sabiendo
que aquello que podías haber
sentido por ella
ya no sirve para nada,
pues tú siempre vives solo
y nunca nadie te acompaña
o desea.
Y nunca,
por cuestiones de principios vanos,
acumulas afectos,
dependencias.

Ni tienes un lápiz puntual
para clavarte las manos.