jueves, 10 de marzo de 2016

Amado maquillaje

Me ducho. Tomo café.
Me peino el pelo de pensar despacio.
Dudo en masturbarme, pero me afeito.
El otro me mira desde el ignorante azogue
tomándome como frágil ejemplo.
Salgo vestido aunque desnudo a la calle.
La calle cualquiera, la calle de tumultos,
la calle gris, la que me aguarda.
No llueve, pero tengo un amante.
Tengo dos amantes. Incluso tengo
un guante azul y un rojo pañuelo,
y una blusa malva con escote de ángel.
Las dos me desnudan ávidas.
Las dos se portan igual, pero se creen distintas.
Incluso jamás me olvidan,
tengo por tanto recuerdos.
Una prefiere mi sudor como bálsamo
mezclado con el perfume que uso habitualmente,
y así, con los ojos cerrados,
abrazada a mí, dice que se corre.
La otra sujeta mi cabeza entre sus muslos
y se convulsiona mientras susurra
que es la mujer más feliz del mundo.
Soy el instrumento de sus abismos insondables,
soy la luz que no veré nunca,
esa oscuridad donde todo es perfecto,
y verdadero.
Las dos fingen que se mueren.
Las dos fingen.
Las dos dicen que me aman. Las dos me usan.
El placer es una sensación esponjosa
que absorbe desde la sangre
el rito donde pena y gloria,
las causas perdidas,
van llenando de ojos sorprendidos
el corazón de los tiernos cuerpos,
abriéndose y deslizándose
como lágrimas que lentamente
van entristeciendo mi abdomen
de domesticada fiera.
Las dos me aman.
No saben que follan con un cadáver
de maquillado aspecto.