domingo, 14 de junio de 2015

Navegando las maderas

No hay más arte que ese que muestra el otro 'harte' (hartazgo, tal vez) oculto en la labor entrañable de la carcoma intentando construir su nido en el alma endulzada -su alimento- de la madera. Los caminos que el coleóptero recorre y su persistente roer, ese otro sonido de músicas son el culebreo nostálgico de la vida: los quiebros realizados por el cuerpo y sus paisajes. Su lento y sinuoso navegar. Y allí no puso nadie un sólo dedo. No hubo caricias que dispersaran la misión del artista en su labor de larva. Bajo tierra hay una madera que nunca se pudre. Es la raíz tal vez de aquel cementerio marino de Valéry:

Pero en su noche, grávida de mármol,
un vago pueblo, entre raíces de árboles,
por ti se ha decidido lentamente.

O es, al fin y al cabo, ese trozo de madera, aquel mascarón de proa, roto, astillado hasta la saciedad, de un mar incesante burlando las naves por las sendas embravecidas del agua: “El mar, el mar, sin cesar empezando”.


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