lunes, 12 de mayo de 2014

Disimuladas ventanas

Dijeron en la noche menudencias de patio,
se oyeron clamores y ayes en la distancia que separa
los sueños de la sangre,
y los cuerpos se ajustaron a la esclava escarpia,
junto al viejo muro azul y gris, casi demolido.
Deshumanizadas gargantas sepias y negras gritaron
palabras obscuras que decían:
que nadie sepa el secreto que encierra
el misterioso enclave,
el trazo que desgarra el orbe,
que nadie sepa el oculto número
de la violácea herida que supura palabras blancas,
culebras y semillas,
placebos y estramoniun.

Al hacerse el silencio se escucharon de nuevo
menudencias de patio,
vecinos reían asomados a balcones y ventanas
y era muy tarde en las pisadas del inútil transeúnte.

Cielo de invierno,
en la noche los corazones laten
como un borrón blanco en el barro.
Aun hoy, hay un eco lóbrego
tras los visillos grises.

Se comenta que nadie puso interés
en ser cierto.

Cernuda

Durante una larga temporada
me hice acompañar un mes, un año o dos
por Luis Cernuda.
Salimos a caminar, que es la mejor forma
para poder empezar a compartir.
Pero él sólo encendió las calles con su paso fino,
el asfalto negro y brillante encharcado por la lluvia.
El agua cada vez más delgada y dulce,
mi mano por su hombro, caminamos largo trecho
con los ojos mojados y muy sonrientes.
Desde entonces no ha habido nadie capaz de consentirme.

Fue hace poco, muy poco, ayer, absolutamente ayer.