miércoles, 12 de febrero de 2014

Náyade milagrosa

Apareciera yo sobre abrojos clavado,
dichoso aún de mí,
de pronto sorprendido del torpe incidente,
del dolor febril que late en la trabajada carne.
Ángel avaro nunca me protejas.
Dudoso abril dichoso sé mi ataúd y mi sala.
Los muertos fueron sin labios verbos sedientos,
bebieron de los óleos el agua que no era.
Náyade milagrosa, son de clavicordio, endulza mis llagas.

Otras heridas habrá que se cierren,
mas la mía se abre aún, no sé,
supura lejanos paraísos olvidados,
un atril, cera de cirios encendidos, un golpe de jazz,
un jueves que viniera decente y sin corbata,
avispado, sereno, tan justo como el filo de un sable,
exacto como un segundo, como un minuto enorme.

Nosotros los vulgares hombres nocturnos
que hacemos fácil
un lunes de hermético traje descompuesto.
Náyade milagrosa son de clavicordio
¿sabes tú qué ruido es ese silencio que trae la noche
de aguas volcándose urgentes y precisas
entre mis brazos?