martes, 4 de noviembre de 2014

Temple

Déjame un pezón de tu pecho para afinarlo,

que su temple tiemble liviano entre mis yemas,

¿no tendrás nunca un pezón que yo temple

contra el yunque de mi cuerpo,

en la fragua de tu sangre,

al fuego de un viejo deseo?

Un pezón que cicatrice entre mis labios,

que a mi mano coronado suba,

que mi lengua lo humanice eterno

dándole el perfil fotogénico de la uva

y que madure lento en mi boca

intacto de penumbras.

2 comentarios:

Shandy dijo...

Versos bien forjados. Aunque yo diría que más que pieza de herrero es poema en yunque de orfebre.

Muy poetizados y templados han sido los pechos femeninos (yunques ahumados los de Soledad Montoya), pero no recuerdo leer un poema donde se poetice un adminiculo tan deseado como el pezón.

Tomás Rivero dijo...

Llegamos a él por primera vez con la boca, y se queda grabado en el paladar perfecto y gema, para siempre.

Tal vez a Don Federico esta redonda y pequeña textura, templada en la lengua, pasada a la memoria, se le pasó por el alto del olvido.

A mí me parece una pieza fundamental del engranaje de la carne. Bajo el pezón del pecho late un corazón, que se le besa cuando se templan las aureolas como albas.

El poema nace de lecturas clásicas, como usted sabrá. A sus pies señora.

Ósculos de frías fraguas, en este repentino otoño forjándose en la piel aterida, Shandy.