miércoles, 25 de junio de 2014

Siervo de la gleba

I


El dolor, sus gemidos afirman en mí su poder
y en medio de la noche
soporto la soledad del desatendido,
del desamparado que como yo cocina a estas horas
nocturnas cenas acaecidas, sufragadas con el llanto,
el desamparo, la ilusión rota;
digeridas entre evocaciones y ciega humildad
este hombre, hermano camarada envarado y serio,
olvidado en su cocina como yo en mi alcoba,
con su cena él, con mi dolor yo,
ambos rotos por la distancia,
dos seres que afrontan el futuro
con económica ilusión y desastrosa forja,
en porfía. Dos siervos. Dos plañideras.


II

Que yo sea un siervo de la gleba
y que a mí me aten,
y que tú difundas desastres o quiebras personales
con alegría suficiente y la felicidad rotunda
como para hacer del disimulo un arte.
Que yo sea vil y pendio, infamante o vílico
más nunca señor de la hacienda y sus enseres.
Aspira sus aromas, haz que tu sangre viva
rodeada de mágicos impulsos y nazca de mi carne
el vital hilo de vida que nos ata.
Sea yo, por tanto, un fracasado varón,
tú una sombra hembra o una hembra santa,
yo un mayordomo torpe, tú una fruta quieta
sobre bandeja de plata madurando.
Yo siempre, un siervo de la gleba.


III

¿Que clase de remordimiento has puesto en mí
que quiero liberarme?
¿Tal vez gramáticas palabras de redondez eterna?
¿Un vaso azul de agua sobre la vieja mesa de madera?
Que yo te agradezca evita mi ignorancia,
mi agreste impulso surreal.
Así me recuerdas: aún como una de las doce plagas.
Que todavía las sufra, y así seré dispuesto potro de tortura,
celda de castigo,
un negro ángel de la guarda,
tu siervo arcángel,
la quimera señalada por el juez
dueño y señor de las cárceles,
en esta fría y lumínica tierra.


IV

Adriático esposo, isla misteriosa,
siervo de la gleba, sinónimo de hombre,
alas y fuego conjugados y tristes,
un recuento de idiomas que dan a la lengua
su virgen aguacero: un hombre solamente
ausentado de su casa,
refugiado y lerdo,
melancólico bobo,
sedado por leves infusiones,
medicinales ojos que quieren sorprenderme
y acariciar al hombre que es mi ausencia:
en la sombra, en la sombra,
tras de ritos y tótemes,
tras el paso del hombre queda un rastro
al que nombran camino de arena.


V

Aumenta la pena y el duelo amenaza
con identificar al héroe en doradas placas
o lápidas de mármol o losas de granito:
aquí yace el paciente guerrero que mira al poniente
aumentado en paciencia,
engrandecido de dolor, valiente por fin,
dispuesto al arrojo, al disfrute heráldico
desde el balcón de la muerte
y el vacío de la fosa.


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