lunes, 20 de enero de 2014

Tú, cuya mano, un poema de García Calvo: Amancio Prada

A LA CLASE OBRERA, QUE SIEMPRE TIENE MI AMOR
IRREFUTABLE, CONSTANTE,
PORQUE ELLA ES EL MOTOR DE LA VIDA.
PORQUE ELLA VIVE DERROTADA Y VIVE
ESA DERROTA COMO UNA MANERA INEXORABLE
DE ENTENDER LA VIDA.
A LOS QUE ME AMAN
PORQUE TAMBIÉN SON CLASE OBRERA.



Tú, cuya mano me ha bañado
de un fuego transparente las espaldas,
cuyos ojos en claros naufragios hundieron
algunos principios elementales de mi alma,
tú eres mi patria.

Tú, que no tienes apellido,
que no sé si eres pájaro o si alcándara,
que de todos tus brazos las letras de plomo
cayéndose han ido, como si fueran nueces vanas,
tú eres mis padres
y mi patria.

Tú, que ni tú te acuerdas dónde
tendiste a orear las nubes blancas,
que de tantos amores que tienes confundes
el nombre de todos los días de cada semana,
tú eres mi Dios
y mis padres
y mi patria.

Tú, que tan dulcemente pesas
que el cielo bocabajo se volcaba,
y que no se sabía de quién ya la lengua,
de quién la saliva, de puro sabrosa y templada,
tú eres mis leyes
y mi Dios
y mis padres
y mi patria.

Tú, que apacientas calaveras
por las praderas de la verde África
y a los rojos leones les echas de pasto
las rosas de leche de aquella luna de Sumatra,
tú eres mi ejército
y mis leyes
y mi Dios
y mis padres
y mi patria.

Eres mi ejército y mis leyes
y mi Dios y mis padres y mi patria,
y el ejército y Dios y las leyes y todos
los pajes y patrias se creen que tú no eres nada:
que no eres nada. 

Agustín García Calvo, en Canciones y Soliloquios (Lucina, 1976)
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