miércoles, 20 de febrero de 2013

Emblemas y templanzas















Cuando apenas si quedan apéndices del hombre,
cuando mi carne es arruga
y ya no recuerdo quién fui.
Cuando un gesto una mano o una bandera
son historias de tiempos que siempre fueron mejores
a pesar de no serlo, a pesar de la nostalgia
que siento cuando pienso,
y perdonen asonancias o colores con eco.

Cuando me pudro de meses, eso que llaman años
y sé, porque lo sé, que esto ya no es lo que era,
me pregunto qué hago en la sombras
si me alimento de sueños,
o sonrío rumiando: soy un gran fingidor.
Feliz como aquella modistilla del 67
que me enseñaba coqueta los bordes almidonados
de su enagua fru-fru, entre muslos de seda.

Cuando sólo me queda una soledad
de sol frío en la piel. O la muerte como siempre.
Como a todos. Como al género humano
que presume de serlo. Tantos falsos mintiendo.
Esos seres tibios con su gato de angora
o su entrepierna de felpas.

Y si mi amor eres tú y te siento lejana
y te reclamo, ven.
Ven a este funeral de huesos
que tiene apellidos que llevan mi nombre o mi cuerpo.
Ese que no ves debo ser yo,
dicen los milagros, insisten los  misterios.
¿Hay peor error que no poder vivir sin ti?
Todo lleva tu nombre tu rostro tu cintura.

Un rastro sigo de símbolos y puños,
un topo de Marx con bandera al hombro,
un topo en mi sísmico pasado,
minando los cimientos, de este estado burgués
contra el que peleo, me enzarzo,
me debilito, o me enciendo.

Quiero morir abrazado a tu nombre,
a tus muslos, a tu sexo. Y saber que vine
a no ser jamás un hombre.