lunes, 28 de enero de 2013

El soplo de un dios

No pude acariciarte,
mas ahora que tú me lo pides
¿cuántas caricias son precisas para que aparezcas
desnuda, blanda de carne y sangre,
temblando entre mis manos
para que yo forme con todo ello
un cuerpo mortal que me aconseje
las formas del barro,
las órdenes de un dios que con su soplo
levante un polvo de vientos veniales
y en ti se den las manos un abrazo
de tiernas palabras cálidas y hermosas?

Tócame aquí
ahora cuando la ausencia ve
lo que nunca vio nadie.