sábado, 17 de noviembre de 2012

Suicidio

Llueve. Cae agua de revólveres y Vallejos peruanos
hartos de ser hombres de Nerudas, ahora que el tiempo
aquí en el norte, es de un otoño infernal,
plástico, malva, amarillo y ocre.
Ahora que mi querido poeta
Gabriel Ferreter cumplió 50 años de suicidio,
justo cuando tenía 50 años de edad madura
y permanente (27 de abril de 1972)
y era, según él, la hora, la edad perfecta para morir
de un poeta, antes de empezar a oler a orines,
o antes de empezar a tener problemas
con los hombres de tu tiempo,
con las cosas de tu tiempo, con las sobras
de tu tiempo, o el hambre insaciable
establecida como norma o exigencia,
y al que ya no corresponde el diente afilado
de tu lobo,
o el colmillo clitoriano de ella no afecta azul
al bálano creciente que tú usas
en ese viejo revólver vallejiano que escupe
tintas de lluvia con borrones de tristeza. 
cae agua de revólveres mojados,
de tejas vanas grises viejas
con goteras de siglos, con espasmos de siglos,
aquellas nobles torres De Chirico
metafísicas, impávidas de plazas soñolientas
al paso lento de un hombre
que busca su propio laberinto de ausentes.
Ausencias del tiempo de Gabriel
del tiempo del poeta,
del tiempo de Ferrater en aquel viejo bulevar,
sujetando en su mano de acertada puntería,
el güisqui dorado de eternos otoños,
mientras unos hielos transparentes,
iluminados de vida y primavera le dictaban
parte de su poema "Floral":

En la primavera del cincuenta y dos, las muchachas
llevaban blusas blancas y rebecas
verdes, y por las calles oíamos el susurro
precipitado de flores y hojas en que se esconden
los negros cueros del almendro. Cumplí
treinta años, que también me parecen prematuros.
Pero ningún viento los ajusticia.