o pisando mis huellas
calcé definitivamente
el pie que me acompaña
e hice mi obra con altiva
paciencia
rastreando cual apache
los cascos heráldicos de Kafka
por ejemplo
u otros por ejemplos
como De Rokha y muchos más
alguno más llegó hasta mi cuerpo
que respiró la libertad con
agallas de anfibio,
o con bífida lengua.
Y soporté hermético y soberbio
al poema caído en medio de mi
frente,
que doblegado, abatido, impávido,
gravitó dulce y amargo,
fue reptando como una serpentina
animal,
como una hiedra eterna y
duradera;
por todas mis tripas y mis
hernias
fue dejando zarpazos de una
gravedad
próxima al herido de guerra y su
dolor hospitalario.
El poema felino, con enérgico
vigor, me ha sometido
durante años. Obligado a pergeñar
las heridas a los versos
o la letra a la palabra, he ido
atando con hilos de sangre
el amor o la vida, el odio o la
muerte,
añadiendo cabo al cabo, zurciendo
y repasando
o corrigiendo sus afilados
bordes,
así hasta vencerle un poco,
el poco de los genios o de los
elfos o de los magos,
la brizna
del que somete a esclavo el
remiendo literal,
a plancha el patrón tipográfico,
a magistral borrador elegías y
loas.