viernes, 5 de octubre de 2012

Tengo una edad provecta, madura y antigua

Tengo una edad provecta, madura y antigua
y soy al margen del hombre
poeta
y creí que con eso podía conjurar
el maleficio. La capacidad de modificar
la belleza, las cosas de la vida,
su trámite indeleble.

Los días son oscuros
la noche es perfecta. Un desconocido
no es un conocido. Es una puerta
cerrada. Una melodía suena tras ella.
Las tardes son largas,
las mañanas inmensas,
un siglo es un siglo,
los años pesan, los estúpidos años
que nada significan.

Así, el miedo sospecha hasta
cuando amas, de aquello que amas
con garantía de fracaso,
ese título que afianza el dolor
y ennoblece tu desinteresada entrega.

El dolor que te parte, el que más deseas,
el que reconoces como tuyo,
nacido de ti para él,
ese dolor alimentándose
de sí mismo para no fallecer.
Nada fue mío desde entonces
nada será mío desde ahora
y nada en este instante
tiene dueño.

Guardo oscuras crisálidas en cajas de madera.
Las mariposas en otoño mueren de frío.
Las mías revolotean dormidas
junto al calor de bombillas encendidas.
No necesitan primaveras.
Mi corazón palpita junto a esas
oscuras larvas. No temas si después de hoy
una mariposa negra revolotea dentro de mí.