Sobre el tapete de hilo dulce hecho
de azúcar
y flores amasadas con jazmín y
leche
se fue depositando una sombra
que llegó caída de una penumbra ácida
y fue cubriendo la mesa de polvo
amargo.
Y el tiempo no sabiendo contar las
horas
los meses o los años
se fue aburriendo en el zócalo azul
de la fría sala
en la tristeza gris de aquel abandono
muriendo de pena con la llegada de la noche.
Una voz oscura reina ahora
en la hermética soledad
de los armarios.