lunes, 12 de marzo de 2012

No te desnudes todavía



A Pilar.


Hacía unos veinte años que no escuchaba esta canción. Y de repente esta misma tarde, una conversación con una persona, me la ha recordado. ¡Coño, si nos desnudábamos!

Era acojonante. Desnudarse. Pasé una tarde follando con esta canción. Después de una mañana de domingo en la que habíamos enterrado a un muerto víctima del franquismo, o la democracia burguesa, tanto da. A un muerto que el día anterior había estado follando con esta canción. Un muerto amigo. Un muerto que resulta que era un hombre vivo. No te desnudes todavía. No te mueras aún.

La pérdida de la vida. El miedo hacía que nos abrazáramos, el miedo a morir al día siguiente. Desnudarse. Cuando no teníamos nada. Nada que quitarnos. Ni un hilo ni una espuma ni un jardín ni un beso pequeño. Nada. Ni un jilguero ni una seda ni una moneda ni una noche de amor. Ni una blusa ni un calcetín ni una almohada. Nada. Sus bragas eran transparentes. Nuestra alma lo era. Nuestro vientre, azul como una selva verde. El sexo, brutal. Exigente. Doloroso. Amábamos en silencio. Mudos. Nuestros orgasmos amordazados. No te desnudes todavía. No gritábamos de placer. Llorábamos. Allí estábamos frente a frente, tan tristes. Tan humildes. Hijos de una felicidad nueva. Tontos. Pobres. Sin nada. Tan sólo el deseo de no morir. De permanecer en el recuerdo. Que alguien nos recordara. Nosotros los desnudos. A veces como pájaros. A veces como un pañuelo blanco, recogiendo una lágrima sucia.

El poder de mirarnos. Eso es lo que nos dejaban. Mirarnos desde la ausencia. Desde un vacío particular. Mirarnos con la yema de los dedos; rozarnos, y tocarnos con los ojos. Y pasar desnudos por una tímida desnudez de años. La desnudez de nuestros abuelos. La desnudez de nuestros padres. Allí éramos responsables hasta la médula, de la desnudez de nuestros hijos, que empezaban a ser engendrados bajo las palabras y la música de Aute: No te desnudes todavía.

Aún somos desnudos. Frágiles desnudos. Con un cristal anudado al corazón.
Treinta años después aún sigo amando. Amándola. La quiero desde su   desnudez universal. Desde el miedo a no permanecer.

Libertad

Monto un caballo cojo y ciego.
En la noche negra lo anima mi fusta.
-Hsu Chih Mo-

Peregrino y vagabundo
enemigo negro vagando
errar era
un punzante dolor en el costado
una fusta de tenso amor.
Falto el aliento
la mirada cansada ve
las ciudades borradas del paisaje
ahora que toda la tierra
recuperó los caminos
esas veredas únicas
solo para equivocados.

Lejos de ti una manada roja
de cascos lame las laderas
la calma se transforma
y bajo el sonido de la lluvia
los caballos felices
inadvertidos gritan
la proximidad
de las extensas praderas.

Su loca felicidad de libertinos.