El pueblo abordado por intránsitos civiles,
gente de paisano o alguna percha vieja
que perdió su traje,
vuelve a lamentarse.
En los márgenes de sus quejas
soy ese hombre misterioso que vino a visitarme.
Él me contó cosas,
excesivas, numeradas;
pero no me habló de mí,
ni una referencia, ni una alusión.
Así se fue, misterioso,
dejándome sin un atisbo de mi sombra.
O algunos rasguños de mi nombre.
El pueblo desbordado vuelve a regresarse,
a sus asuntos, a su perfecta alquimia
donde espesa el silencio de mi total ausencia.