martes, 11 de diciembre de 2012

Amado maquillaje

Me ducho. Tomo café. Cago.
Dudo en masturbarme, pero me afeito.
El otro me mira desde el ignorante azogue
tomándome como frágil ejemplo.
Salgo vestido aunque desnudo a la calle.
La calle cualquiera, la calle de tumultos,
la calle gris, la que me aguarda.
No llueve, pero tengo un amante.
Tengo dos amantes. Incluso tengo
un guante azul y un rojo pañuelo,
y una blusa malva con escote de ángel.
Las dos me desnudan ávidas.
Las dos se portan igual, pero se creen distintas.
Incluso jamás me olvidan,
tengo por tanto recuerdos.

Una prefiere el bálsamo de mi sudor
mezclado con el perfume que uso habitualmente,
y así, con los ojos cerrados,
abrazada a mí, dice que se corre.
La otra sujeta mi cabeza entre sus muslos
y se convulsiona mientras susurra
que es la mujer más feliz del mundo.
Soy el instrumento de sus abismos insondables,
soy la luz que no veré nunca.
Las dos fingen que se mueren.
Las dos fingen.
Las dos dicen que me aman. Las dos me usan.

El placer es una esponjosa sensación
que absorbe desde la sangre
el rito de la pena o de la gloria,
las causas perdidas
de tiernos cuerpos abriéndose,
lágrimas blancas que lentamente
van entristeciendo mi abdomen
de domesticada fiera.

No saben que follan con un cadáver
de maquillado aspecto.

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