martes, 25 de octubre de 2011

Desde la poesía me precipito al amor, porque sin él no hay revolución. Vladimir Maiakovski, aproximadamente.

















El verdadero revolucionario está guiado por
profundos sentimientos de amor.

Anónimos

A lo largo de mi vida
fui firmando poemas con nombre falso
y algunos conocieron a un Tomás Rivero
que a mí me es desconocido.
Mi nombre nunca apareció
en los papeles. Conseguí ser anónimo.
¿Qué se pretendía?
Sinceramente: escurrir el bulto,
este bulto sospechoso que despierta el recelo
de lo que se ignora.
Se pretendía dar la cara de otro.
Odio la gloria. La fama. Ser señalado:
"Ese es el poeta que no merece
ni su nombre de pila, y menos el de poeta".

Quería ser un desapercibido. No estar.
Ser un anónimo. Dos. Tres.
De eso se trataba.
De esta manera al morir yo
ellos quedarán aquí
puesto que nunca existieron.