miércoles, 8 de junio de 2011

Siervo

 Siervo impasible de un fin desolado
-F. Pessoa-

Siervo impasible de un fin desolado,
escribió Pessoa,
y en este verso no era homónimo de nadie
cuando debió de ser análogo de sí,
semejante del ser,
servidor de un tiempo y de una gloria,
de un decoroso nombre, de un pasado:
siervo impasible de un ser desolado.


Cuatro esquinas (encrucijada)

1

Bucólica melodía o duro hormigón,
a cada paso la noche cae sobre la ciudad
devoradora de hombres y mujeres.
Luego un disparo y el suspiro
cada vez más gélido,
después un segundo
sujeto por el pánico,
respaldado por el viento
tu dolor triste y el mío.
La historia hecha con geográficas
señas clandestinas.
Esas rutas marcadas con sangre de cordero.

2

En aquel barrio de calles sucias y cálidas,
entre un griterío de ácimas gargantas
asesinaron anoche a un hombre,
su cadáver pulcro
de plácido desnudo malva
lo encontraron quieto y muerto
vieron la palabra última muda y sorda
huyendo de su boca.
Una hoja de papel pusieron en su sexo
los fúnebres hombres de la morgue.
En aquel barrio, siempre con galantería,
saben deshacerse de la víctima
que llevamos dentro.

3

Habitan, moran, viven, veneran
la nube de pus bajo su piel,
agregan al caldo ameno de su pena
el cultivo de inhóspitos esputos de silencio.
Sazonan con cal el miedo,
se comen el turbio dolor
con nieblas. Cae la noche.
El terror y la oscuridad.
Siguen solos un instante.
Un sólo instante eterno.

4

Agredo a la ciudad,
agradezco su orín, su luz,
merezco su trato,
dulce marioneta.
Madrugo en cada acera
donde los coches aparcan.
La noche se llena de farolas,
onanismo de cartón
donde moran travestidos.
Amo mi ciudad hija de castos pordioseros.
Máculos e indómitos eunucos la gobiernan.


Pantano y frío

                                Tomad un vaso de color,
                                poned tres gotas de frío,
                                y tendréis el perfume de después.
                                - Francis Picabia -
  
En la hierba encontraron los vidrios ensangrentados
de un beso gris que el viento arrastró
hasta el lugar pantanoso y frío.
En las ramas bajas de los sauces
descubrieron gélidas lágrimas
entre las hojas más verdes,
y sus cabellos siempre húmedos
los hallaron junto a la orilla del riachuelo,
entre junquillos y espadañas,
arrastrados por la corriente.
Todos la dieron por muerta
aunque un día de luz clara
apareciera en los últimos minutos
de la tarde fría y lluviosa
confundiendo con su oscuridad
a la noche profunda que nacía,
y dejando tras de sí un perfume de musgo y moho.
Venía de los pantanos empapada en cieno
regresaba sin luz sin apenas día
y su muerte tenía el sabor de la leyenda
que corre de boca en boca de aldea en aldea.
Jamás se preguntaron por qué era amor su ausencia
y a quién amó con desespero,
la encontraron en aquél estado
un día claro en el camino que viene
de la lluvia
desde la humedad y el frío de los pantanos.
Hay rosas encendidas en sus muslos
mojándose
mas no se apaga la llama.
Naufragando entre lenguas de fuego,
se ahoga en llanto cada día.