martes, 19 de octubre de 2010

cold cold ground

Traía el viento un olor a marrones y ocres
verdes colores muriendo
de una tierra apagándose,
abandonada por cuervos y piratas,
una tierra solitaria.
Venía un olor a otoño
que yo supe que era una lenta maduración
de campos y de corazones.

Ayer no estabas tú en la colina
ni yo en la pradera tapada por la bruma
pero sonaba dentro de mí un acordeón
que trajo también el viento de otoño.
Y llovía en otro país sobre otra gente
y la lluvia nos igualaba.


Y yo quería que tú miraras
en el bosque cercano.

Buscándome sólo a mí
con tu mirada húmeda.


La eternidad del viento
te trae hasta mí.
El atril que araña las páginas,
el violín que inventa su lágrima enorme,
y la ola que busca su playa para fenecer,
los tres igualmente me producen
este gigantesco dolor de paisajes
inacabados o bocetos que se tensan.

barro

A cada instante que yo logro
mantener aseado este rostro
(lo limpié reiteradamente con jabón de sosa)
una niebla. Lo cubre un velo.

Y no puedo actualizar esta máscara incólume,
este disfraz anualmente renovable.
Nuevas generaciones (de grasas) viven en los poros.
Espinillas vienen a dar al grano
la sangre macilenta y oscura que lo invade.

Ya no sé si en la arruga reside algún parásito
pero sin duda envejezco
siguiendo el proceso inverso
de la piedra.