viernes, 12 de noviembre de 2010

oficio

Arriba y abajo siguiendo mis pasos
o pisando mis huellas
calcé definitivamente
el pie que me acompaña
e hice mi obra con altiva paciencia
rastreando cual apache
los cascos heráldicos de Kafka
por ejemplo
u otros por ejemplos
como De Rokha y muchos más
alguno más llegó hasta mi cuerpo
que respiró la libertad con agallas de anfibio,
o la falta de ella con bífida lengua.

Y soporté hermético y soberbio
al poema caído en medio de mi frente;
que doblegado, abatido, impávido
gravitó dulce y amargo.
Fue reptando como una serpentina animal,
como una hiedra eterna y duradera.
Por todas mis tripas y mis hernias
fue dejando zarpazos de una gravedad
próxima al herido de guerra y su dolor hospitalario.

El poema felino, con enérgico vigor, me ha sometido
durante años. Obligado a pergeñar las heridas a los versos
o la letra a la palabra, he ido atando con hilos de sangre
el amor o la vida, el odio o la muerte,
añadiendo cabo al cabo, zurciendo y repasando
o corrigiendo sus afilados bordes,
así hasta vencerle un poco:
el poco de los genios o de los elfos o de los magos,
la brizna
del que somete a esclavo el remiendo literal,
a plancha el patrón tipográfico
a magistral borrador elegías y loas.

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