jueves, 28 de octubre de 2010

El deseo de ser piel roja

Disparidad y semejanza

¿Para qué quieres saber tanto?
me pregunta un amigo
reprochándome que siga siendo tonto.
Pero yo sé que nos vigilan los indios.
Nos tienen rodeados.
Algunas mañanas descubro en las aceras
esas plumas de águila que usan los siux
para hacerse sus adornos de guerra.


Yo las sigo y veo batallas. Los arcos se tensan.
Cabelleras sanguinolentas cuelgan
de farolas y ramas. Las señales de tráfico
son dianas para sus lanzas. Un cuchillo
hecho de hueso de bisonte
se ha clavado en un cajero automático,
junto a la mano de un hombre que tecleaba
un número secreto. Hay flechas acertadas
en la torre de la iglesia y un roto carcaj cuelga
de la veleta. Galopan entre los coches.
Invaden autopistas y carreteras,
el peaje que pagan es el de un viento
salvaje como ellos que quema sus ojos.


Sus rostros pintados para la guerra
se van alejando.
Volverán más tarde.
De norte a sur cientos de kilómetros de cielo
sin apenas pájaros. Dejan atrás un paisaje
de edificios levantados por un pueblo de bárbaros.


Y el viento ardiente y extraño arrastra
huellas de pantera, cascabeles de serpiente
pétalos de flores que vivían en el prado,
y en ese trasiego grito: ¡vivan los pieles rojas
que cabalgan a pelo y no llevan espuelas!.

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